Llegamos a Praga ya oscuro. Yo recordaba mi llegada hace 17 años a esa ciudad, también de noche, y con todo el palacio y el Puente de Carlos iluminado, es una de esas imágenes que te quedan grabadas como fotografías en tus recuerdos. Había sido como llegar a la ciudad de las princesas. Esperaba esta vez iba a ser igual, sobre todo porque quería que mi hija se asombrará también.
Como las cosas nunca son como una espera…a veces para bien y otras para mal, le preguntamos al señor de informaciones de la estación de trenes qué tan lejos era el hotel. Nos dijo que estaba a 10 minutos en metro y que era facilísimo llegar pues había una estación afuera. Nos anotó los recorridos, palabras impronunciables que nos dedicábamos a mostrar en el mismo papel y así emprendimos un viaje, con el festival de las maletas por el subterráneo de Praga. Todo bien, hasta que nos bajamos en la estación que supuestamente estaba al lado del hotel. Sorpresa sorpresa! Había que caminar como 5 cuadras y cruzar el magnífico Puente Carlos. Imaginen lo siguiente: 30 grados, oscuro, hordas de gente, ¡¡hordas!!, adoquines, 4 maletas y mochilas. Llegamos más sudadas que mormón en verano y de mirar el paisaje ni hablar.
Pero lo peor aún estaba por venir. Nuestro hotel estaba estratégicamente ubicado a la orilla del río, justo donde termina el Puente de Carlos, era un edificio antiguo precioso. Lo no tan precioso fue que nuestra habitación quedaba en las catacumbas del hotel. A nivel del agua. ¡Si! A nivel del agua, por la ventana veías el agua a través de unas rejas. Seguro en el pasado fueron las bodegas de la casa por las que se salía al río, directo al bote. ¡Si hasta tenía puerta! El olor a humedad ni les cuento. La vista macabra y la sensación de claustrofobia mayor. Mi hija, como buena millenial, mientras tuviera una cama estaba feliz…hasta que vio que ni el wifi llegaba al búnker y ahí hizo causa común conmigo. Fui a alegar que la pieza no correspondía a la fotográfica que me habían mandado, me comentaron que el hotel estaba full así que esa noche debería dormir en el inframundo no más. Que mañana verían que se podía hacer.
Al día siguiente, el administrador me dice que así no más es la cosa y que nuestra habitación era una de las más requeridas por los pasajeros y que era primera queja que tenía…(la verdad no sé cómo, pues todavía no les conté la distribución de la super-pieza!). Le comento que es una pena, que estoy decepcionada y que deberé plasmar mi decepción en Trip Advisor y bajar su precioso 9.0 de calificación. Saliendo del desayuno ya nos tenían una solución, como compensación al problema nos darían «the most popular room» y así fue. Quedamos instaladas en un cuarto piso con regia vista, maravillosa…como nos merecíamos no más. (Moraleja: guagua que no llora no mama)
Comenzamos nuestra visita a Praga yendo al castillo, les diré que fue bastante decepcionante, eran miles de turistas caminando en hordas bajo el intenso calor. Mayoritariamente asiáticos, chinos creo yo, y con bajo nivel de respeto por el espacio del otro. No podías mirar ni la vista sin que por sobre tu hombro apareciera un selfie stick para tomar una foto. Me sentía en Disney World en temporada alta. Recorrimos la magnífica catedral gótica , el castillo, la Golden Line, la torre de la pólvora….y más me parecía estar en Disney que en algo realmente histórico, me preguntaba qué me había alucinado tanto hace casi 20 años. Seguro había menos gente, partiendo por ahí. Eran todos más amables.
Sin embargo, todo cambió en la tarde. Nos entregamos a las calles de Praga para el sector opuesto del río y evitando las masas de gente. Y recordé por qué Praga es una de las ciudades más lindas del mundo, a pesar de que parezca museo. Sus construcciones son todas distintas pero partes de una orquesta bien afinada. Son un composé perfecto, cada una aporta al todo, las bajas, las altas, cada color pastel. Es realmente un espectáculo a la vista. La Plaza Mayor, con la catedral y sus cúpulas, las torres. Entonces, caminando por esa Praga volví a enamorarme de ella.
Al día siguiente nos esperaba un día realmente intenso, así que aprovechamos la «the most popular room» hasta más tarde. Dejamos el hotel a las 9 am y nuestro tren a Budapest salía a las 23.58 pm. Es decir, un día non stop.
Recorrimos los canales de la ciudad, vimos los grandes edificios reflejados en el agua, pasamos por la ventana de nuestra pieza de la primera noche y disfrutamos del relajo de la navegación. En la tarde seguimos caminando por la ciudad, descubriendo pequeñas callejuelas, parando para un café o un helado y retomando rumbo.
Así y todo, a las ocho de la noche ya estábamos muertas y decidimos volver al hotel, en donde el taxi nos recogería a las diez. Para esa hora ya nos había quedado claro que no había sido un buen plan tomar un tren tan tarde, para dormir en el, llegar a las 8 de la mañana a Budapest y seguir caminando sin siquiera una ducha, pero en fin, gajes de un viaje.
A las diez nos recogió el taxi ¡y a las diez y cuarto ya estábamos en la estación!. Error de cálculos y exceso de ansiedad. Estuvimos dos horas como homeless instaladas en una sillita, mirando al rededor quienes serían nuestros compañeros de couchette (coche dormitorio para 4 que compramos en el tren). Definitivamente yo me estaba tomando demasiado en serio eso de los tiempos de holgura, y la información de los deskfront no estaba ayudando a la programación de los tiempos (el nos dijo que estábamos a media hora de la estación y yo le puse otro poco más).
Pero bueno, dejamos Praga con mi corazón reivindicado y mi hija con sus propios recuerdos de una ciudad que encanta de día y de noche. Una ciudad que a pesar de la invasion asiática de turistas bulliciosos y avasalladores aún conserva espacios en los cuales se puede ver su majestuosidad.
Es inevitable preguntarse por qué en Chile no fuimos capaces de preservar nuestro patrimonio arquitectónico y recién vinimos a reaccionar cuando se había demolido gran parte de nuestros casco histórico. Por qué no hay medidas que incentiven la conservación y no sea un castigo para quien es dueño de la propiedad ( porque hoy un bien considerado patrimonio tiene un valor muchísimo inferior al que no lo es, pues no permite ser vendido a inmobiliarias que harán torres enormes rentabilizando ganancias por sobre su interés a dejar un legado arquitectónico para las próximas generaciones.
En fin, la cosa fue que este viaje descubrimos junto a mi hija la Praga menos turística y mas encantadora y que sigo enamorada de ella.
Fin Parte IV, próxima semana, Budapest. Si te han gustado, comparte en tus redes sociales y comenta!