Leo Pienso Opino

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Viaje madre-hija: una experiencia única, parte IV Praga

In familia, viajes on febrero 25, 2018 at 10:11 pm

thumb_IMG_8785_1024Llegamos a Praga ya oscuro. Yo recordaba mi llegada hace 17 años a esa ciudad, también de noche, y con todo el palacio y el Puente de Carlos iluminado, es una de esas imágenes que te quedan grabadas como fotografías en tus recuerdos. Había sido como llegar a la ciudad de las princesas. Esperaba esta vez iba a ser igual, sobre todo porque quería que mi hija se asombrará también.

Como las cosas nunca son como una espera…a veces para bien y otras para mal, le preguntamos al señor de informaciones de la estación de trenes qué tan lejos era el hotel. Nos dijo que estaba a 10 minutos en metro y que era facilísimo llegar pues había una estación afuera. Nos anotó los recorridos, palabras impronunciables que nos dedicábamos a mostrar en el mismo papel y así emprendimos un viaje, con el festival de las maletas por el subterráneo de Praga. Todo bien, hasta que nos bajamos en la estación que supuestamente estaba al lado del hotel. Sorpresa sorpresa! Había que caminar como 5 cuadras y cruzar el magnífico Puente Carlos. Imaginen lo siguiente: 30 grados, oscuro, hordas de gente, ¡¡hordas!!, adoquines, 4 maletas y mochilas. Llegamos más sudadas que mormón en verano y de mirar el paisaje ni hablar.
Pero lo peor aún estaba por venir. Nuestro hotel estaba estratégicamente ubicado a la orilla del río, justo donde termina el Puente de Carlos, era un edificio antiguo precioso. Lo no tan precioso fue que nuestra habitación quedaba en las catacumbas del hotel. A nivel del agua. ¡Si! A nivel del agua, por la ventana veías el agua a través de unas rejas. Seguro en el pasado fueron las bodegas de la casa por las que se salía al río, directo al bote. ¡Si hasta tenía puerta! El olor a humedad ni les cuento. La vista macabra y la sensación de claustrofobia mayor. Mi hija, como buena millenial,  mientras tuviera una cama estaba feliz…hasta que vio que ni el wifi llegaba al búnker y ahí hizo causa común conmigo. Fui a alegar que la pieza no correspondía a la fotográfica que me habían mandado, me comentaron que el hotel estaba full así que esa noche debería dormir en el inframundo no más. Que mañana verían que se podía hacer.
Al día siguiente, el administrador me dice que así no más es la cosa y que nuestra habitación era una de las más requeridas por los pasajeros y que era primera queja que tenía…(la verdad no sé cómo, pues todavía no les conté la distribución de la super-pieza!). Le comento que es una pena, que estoy decepcionada y que deberé plasmar mi decepción en Trip Advisor y bajar su precioso 9.0 de calificación. Saliendo del desayuno ya nos tenían una solución, como compensación al problema nos darían «the most popular room» y así fue. Quedamos instaladas en un cuarto piso con regia vista, maravillosa…como nos merecíamos no más. (Moraleja: guagua que no llora no mama)


Comenzamos nuestra visita a Praga yendo al castillo, les diré que fue bastante decepcionante, eran miles de turistas caminando en hordas bajo el intenso calor. Mayoritariamente asiáticos, chinos creo yo, y con bajo nivel de respeto por el espacio del otro. No podías mirar ni la vista sin que por sobre tu hombro apareciera un selfie stick para tomar una foto. Me sentía en Disney World en temporada alta. Recorrimos la magnífica catedral gótica , el castillo, la Golden Line, la torre de la pólvora….y más me parecía estar en Disney que en algo realmente histórico, me preguntaba qué me había alucinado tanto hace casi 20 años. Seguro había menos gente, partiendo por ahí. Eran todos más amables.

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Sin embargo, todo cambió en la tarde. Nos entregamos a las calles de Praga para el sector opuesto del río y evitando las masas de gente. Y recordé por qué Praga es una de las ciudades más lindas del mundo, a pesar de que parezca museo. Sus construcciones son todas distintas pero partes de una orquesta bien afinada. Son un composé perfecto, cada una aporta al todo, las bajas, las altas, cada color pastel. Es realmente un espectáculo a la vista. La Plaza Mayor, con la catedral y sus cúpulas, las torres. Entonces, caminando por esa Praga volví a enamorarme de ella.
Al día siguiente nos esperaba un día realmente intenso, así que aprovechamos la «the most popular room» hasta más tarde. Dejamos el hotel a las 9 am y nuestro tren a Budapest salía a las 23.58 pm. Es decir, un día non stop.

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Recorrimos los canales de la ciudad, vimos los grandes edificios reflejados en el agua, pasamos por la ventana de nuestra pieza de la primera noche y disfrutamos del relajo de la navegación. En la tarde seguimos caminando por la ciudad, descubriendo pequeñas callejuelas, parando para un café o un helado y retomando rumbo.
Así y todo, a las ocho de la noche ya estábamos muertas y decidimos volver al hotel, en donde el taxi nos recogería a las diez. Para esa hora ya nos había quedado claro que no había sido un buen plan tomar un tren tan tarde, para dormir en el, llegar a las 8 de la mañana a Budapest y seguir caminando sin siquiera una ducha, pero en fin, gajes de un viaje.
A las diez nos recogió el taxi ¡y a las diez y cuarto ya estábamos en la estación!. Error de cálculos y exceso de ansiedad. Estuvimos dos horas como homeless instaladas en una sillita, mirando al rededor quienes serían nuestros compañeros de couchette (coche dormitorio para 4 que compramos en el tren). Definitivamente yo me estaba tomando demasiado en serio eso de los tiempos de holgura, y la información de los deskfront no estaba ayudando a la programación de los tiempos (el nos dijo que estábamos a media hora de la estación y yo le puse otro poco más).

Pero bueno, dejamos Praga con mi corazón reivindicado y mi hija con sus propios recuerdos de una ciudad que encanta de día y de noche. Una ciudad que a pesar de la invasion asiática de turistas bulliciosos y avasalladores aún conserva espacios en los cuales se puede ver su majestuosidad.

Es inevitable preguntarse por qué en Chile no fuimos capaces de preservar nuestro patrimonio arquitectónico y recién vinimos a reaccionar cuando se había demolido gran parte de nuestros casco histórico.  Por qué no hay medidas que incentiven  la conservación y no sea un castigo para quien es dueño de la propiedad ( porque hoy un bien considerado patrimonio tiene un valor muchísimo inferior al que no lo es, pues no permite ser vendido a inmobiliarias que harán torres enormes rentabilizando ganancias por sobre su interés a dejar un legado arquitectónico para las próximas generaciones.

En fin, la cosa fue que este viaje descubrimos junto a mi hija la Praga menos turística y mas encantadora y que sigo enamorada de ella.

Fin Parte IV, próxima semana, Budapest. Si te han gustado, comparte en tus redes sociales y comenta!

Viaje madre-hija: una experiencia única, parte III Berlin

In familia, viajes on diciembre 9, 2017 at 12:43 pm

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Llegamos a Berlín no exentas de adrenalina a mil. Por supuesto, el contenido de nuestras maletas se había expandido como si le hubieran puesto levadura. ¡La multiplicación de los panes! Así, en el aeropuerto tuvimos que ponernos tres chaquetas cada una para hacer desaparecer los 4 kilos  demás que llevábamos…¡y eso que habíamos tenido que facturar una más!.  La peor parte fue la pasada por policía, en donde con incredulidad veían como nos quitábamos ropa y más ropa. Como todo no podía ser miel sobre hojuelas, mis maravillosas cremas de lavanda holandesas (que había comprado para regalar) fueron confiscadas por ser de más de 100ml. En ese momento I wanted to cry!. El mal humor tardó su resto en disiparse.

La ciudad nos recibió con lluvia…como las demás, era como si estuviéramos viajando en el sentido de la ola de lluvia. Pero en fin, nada que un excelente hotel no pueda curar, porque la verdad esta vez si era tradicional y bueno (Movenpick). Y bien ubicado, a pasos de PotsDamer Platz, sector bastante acomodado, a decir por los precios.

Si tuviera que describir Berlín en una palabra, no podría. No es como Nueva York, o como Paris o como Londres…es distinto. Tiene una carga histórica fenomenal pero que también es contemporánea. De rescilencia. A pesar de que suene raro, diría que se respira humildad. Humildad de tanta cagada que se han mandado tal vez. No sé. Porque entre el holocausto judío y el muro de Berlín tienen para autoperdonarse un rato largo. Es como que se respira el espíritu de quien se levanta más fuerte cada caída. Resurge más grandioso.

Pero volvamos al primer día. Partimos a ver el famoso Check Point Charlie. Uno de los puntos de cruce entre este y oeste más famosos durante la época del muro. Bien turística la cuestión. El museo cuenta las travesías de quienes cruzaron de una Alemania a la otra y de quienes murieron en el intento. No pude sino recordar a los refugiados Sirios. ¿Ellos también tendrán algún día su museo y su Check Point Charlie? Porque son miles los que han muerto a vista y paciencia de todos nosotros.

Entre caminar y caminar llegamos a la Topográfica del Horror, un museo emplazado en los Head Quarter del movimiento Nazi, la Gestapo y la SS, donde se pueden ver fotos tanto del horror Nazi como de las fiestas y vida glamorosa que llevaban sus integrantes. Nuevamente me impresiona la arquitectura de esta ciudad, es que cada edificio habla por sí mismo, todo son detalles, hay arte en cada construcción.  Fue tanto el interés de mi hija en este museo que la tuve que esperar más de una hora afuera…me tome un café, me dormí una sienta y ella aún en el museo….hasta que la fui a sacar de una oreja.

Nuestro paseo siguió en el Memorial al Holocausto. Una gran plaza de bloques de hormigón en el que si te adentras, puedes sentir la opresión que debieron sentir los judíos en los trenes en que eran transportados como animales o en las cámaras de gases…atroz, pero lindo a la vez. IMG_7749

De ahí seguimos caminando (porque oh my god como caminamos) y nuestro periplo terminó en la Puerta de Brandenburgo… O eso creíamos, porque a lo lejos divisamos otro gran edificio y para allá partimos. Era el Parlamento. ¡Guau! Previa fila, obtuvimos pases para visitarlo por dentro (el Domo) al día siguiente. Cabe destacar que durante la fila, mi hija se encargó de espantar a un Iraní con su visión de Venezuela,  porque destrozó su sistema político social…y él solo quería saber si el paisaje valía la pena!

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Al final del día, la hora feliz…un poco de shopping y buena comida.

Al día siguiente compramos un ticket de transporte público diario, para ayudar en algo a nuestras ya sindicalizadas patitas. Por 7 euros nos moveríamos como peces en el agua por Berlin. Porque si hay algo que se envidia (además del metro setenta y cinco y los ojos azules de las alemanas…y alemanes) es el sistema de transporte. Simplemente maravilloso y far far  away de nuestro Chilito. Porque esto no es tan solo un tema de recursos, se trata de planificación urbana, ingeniería en serio, visión de largo plazo…Uf….(porque les recuerdo que plata para un puente elevadizo  tuvimos, el problema es que nos quedó al revés  el montaje….¡un detallito!)

Bueno, fuimos al East Side Gallery, el pedazo de muro con graffities. Lindo e ideal para tomar buenas fotos. Nos tiramos al chanco y tomamos como 50 solo ahí.. Lo feo, que muchos de ellos están rayados, una pena. Recuerdo que cuando estuve ahí hace 17 años estaban otros graffities y todo perfecto. Acá entonces podemos ver que en todas partes se cuecen habas y hay pelotudos que destruyen los espacios públicos. (Capaz que hayan sido turistas)

Entre paseo y paseo, su buen capuchino o snack. Ave María purísima los sándwiches que hay en este país! ¡Si Cecinas Tabbat no salió de un repollo! De alemanes tenía que ser. Lo mismo los panes, una delicia y la variedad atómica. Da gusto ver tanta tienda de barrio en donde uno compra su pan, uno que otro berlin y si tiene tiempo se toma, como yo, su cafecito. Esa vida de barrio en una gran urbe me da casi tanta envidia como el transporte público y la arquitectura (Y el metro setenta y ciento y los ojos azules).

Después aterrizamos en la Nueva Sinagoga, construida en el mismo lugar en donde hicieron polvo la anterior durante la guerra. De ahí partimos a la Isla de los Museos, nos costó llegar porque un mercadillo nos atrapó como dos horas. Todo era comprable. Una cosa atroz. Cosas de artistas locales que me encantaron pero que era imposible traer en la maleta, sobre todo dado que a estas alturas de viaje ya estaban con sobre venta heavy de espacio. Sin embargo, el consumismo pudo más y volvimos con unos preciosos jarros cerveceros para mi marido. Flor de cachito.

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La cosa es que llegamos a la Isla de los Museos, ¡rabia nuevamente!. ¡Cómo tienen una isla completa de museos juntos! ¡A quienes se le ocurrió esa brillante idea!. Queríamos ir al Pergamaso, pero cuando nos dijeron que la fila era de tres horas y que el altar estaba en reparación hasta el 2019, decidí que quedaría para eI siguiente viaje. Siempre uno debe tener una razón para volver, es la misma por la cual a pesar de haber estado varias veces en París no he visitado el Louvre. Así vuelvo.

Cerramos el día con la Catedral de Berlín. Si la de Colonia era linda esta no se queda ni un centímetro atrás. Y la gran gracia, al estar rodeada por un parque enorme y el río por el otro costado, permite ser contemplada con perspectiva.

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Seguimos paseando por el río hasta llegar a San Nicolas y la pileta de Sir George peleando con el dragón. Todo lindo y más lindo. Esta parte de la ciudad está llena de osos, peluches, esculturas…¿tierno no?

Almorzamos a la orilla del río, pidiendo “a la ruleta” como decía mi hija, porque los platos no logramos entenderlos ni en inglés. Mi hija todavía está traumatizada con eso de los “nudillos de puerco”, que tan pomposamente ofrecia el mozo.

Para finalizar, llegamos a un parque en donde había una manifestación a favor de la legalización de la marihuana. Pero no se equivoque, no como las chilensis, si hasta para eso son choros acá. Estaban miles de jóvenes sentados en grupos fumando marihuana, docenas de Dj en camiones poniendo música y otros tantos bailando, conciertos en varios puntos…paz y amor, todos en buena onda más volados que un zepelin. Según mi hija, todo esto es una señal de Dios para que ella se liberalice. ¡Y yo le creo!

Nuevamente, fuimos a dormir con el corazón llenito de buenas experiencias, risas y otras yerbas (menos la ilegal…semi ilegal en realidad)

El tercer día fue el de la bicicleta. INSUPERABLE. ¡No hay nada que me guste más que andar en bicicleta! Recorrimos la ciudad de punta a cabo y por los cuatro costados. Todo por las ciclovías maravillosamente demarcadas. A esas alturas quería llorar, mi envidia era nivel infinito cuadrado. Pasear feliz de la vida por esos barrios maravillosos con la certeza de que una micro no te sacara de este mundo o que una subida te dejará sin aliento es definitivamente un placer inexplicable. Mi hija me preguntó: ¿y por qué, si disfrutas tanto de andar en bicicleta, no te vas al trabajo en ella? Cómo explicarle que su mama cuarentona no resistiría el stress y las subidas de San Carlos de Apoquindo. Tendría que partir por cambiarme a Ñuñoa y ver si encuentro una pega por ahí….lo otro es encadenarme en alguna repartición pública y exigir ciclovías para todos y adosarle un motor a mi bici para las subidas. Cuando uno ve poco taco, pues toda la gente anda o en transporte público o en bicicleta, le da una sensación rara… Como de “si seremos jetones en Chile”. Y además hacen ejercicio, entonces el metro setenta y cinco luce, pues.

Pero vuelvo al inicio de este tercer día. Partimos tomando desayuno en (a esas alturas) nuestra rotisería  de costumbre. Ya nos saludaban, pues hasta te atienden bien por acá! Te hacen sentir en TU lugar. Nos comimos unos ricos sandwichitos y un capuchino y nos las enfilamos a nuestra cita en el Bundestag. Mientras estacionábamos nuestras bicicletas afuera del maravilloso lugar, pensaba como sería si el parlamento en Valparaiso ofreciera visitas turísticas. Pobres turistas, ni los rayos de la bicicleta pillarían a la vuelta.

Subimos al Domo del parlamento alemán. Impresionante obra arquitectónica donde mezclan lo antiguo y lo moderno de una manera sublime. Y desde la cúpula, las vistas de Berlín son espectaculares. ¡Me quedó clarito todo!. Como que en el este, a pesar de ser el lado soviético, quedaron las cosas más emblemáticas de esta ciudad.

Luego del Bundestag y haciendo gala de nuestro espíritu aventurero y excelente condición física, nos las emplumamos hacia Charlottesburg, palacio que le construyera en rey Federico III a su segunda mujer (Sofia Carlota). En el recorrido pasamos por parques, monumentos, iglesias…que no se diga que no conocimos Berlín, podremos no saber que vimos pero de que lo vimos lo vimos.

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Visitamos los jardines, lindos preciosos pero no comparables al Palacio de Versalles o a Blenheim Palace, entre otros…miren que de castillos y palacios sí que sé. No seré princesa pero me los he recorrido cada vez que he podido.

Como nos quedaba pila, partimos a lo que sería la última actividad del día, el mercado de los domingos en Mauerpark. ¡Un espectáculo! Imagínense el Parque OHiggins mezclado con Franklin y le ponen la gente del Bicentenario y del Intercomunal y lo tienen. Miles y miles de personas tomando sol como lagartijas, haciendo picnic, tomando, escuchando las diversas manifestaciones artísticas que se instalan, comprando comida o cachureos en el mercadillo. Por supuesto nosotros salimos con un juego de te que no necesito, pero que me gritaba que no me fuera sin él. Le amé.

En la tarde se instala un Karaoke genial, es como un anfiteatro sin techo (se me olvidó el nombre de esto) y cientos de personas aplauden al valiente que se sube a cantar. Seguro alguien de The Voice está camuflado en el público buscando talentos, porque es tan variopinto y masivo que puedes ver de todito. Hasta con chilenos nos encontramos. Yo quería lucirme con «Despacito», pero creo que ahí si que mi hija se tomaba  el avión de vuelta en forma inmediata!

Volvimos a nuestro elegante hotel no antes de haber andado muchos kilómetros en bicicleta, dejamos las tacitas de Alicia en el País de las Maravillas y partimos a buscar una “picada” para comer en PotsDamer Platz.  Risas. Imposible encontrar algo de menos de 20 euros cuando tienes una arquitectura atómica, imagínense que los restaurantes están bajo una carpa de circo hecha con fierro sobe los edificios y que cambia de color…así no pretenderá una comer por tres chauchas!. Igual comimos. Poquito pero comimos.

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Nuestro último día fue de repaso. O eso creíamos. Arrendamos nuevamente bicicletas, fuimos nuevamente a nuestra rotisería amiga, fuimos a nuestro Mall amigo a comprar unos detallitos para llenar un huequito que había quedado en la maleta y después fuimos a cambiar un mug que habíamos comprado y del cual, para variar en mi, nos arrepentimos. La cosa era que debíamos cruzar Berlín para aquello. ¿Pero qué importaba? Teníamos ciclovías, estado físico, tiempo y ganas. En el paseo descubrimos el Museo Judío. Obviamente estacionamos los Audi, como dice mi hija, y partimos a conocerlo. Sobrecogedor, desde la arquitectura exterior hasta la forma de exhibir la historia del pueblo judío, su éxodo, el holocausto y la continuidad. ¿Un edificio puede hablarte? Creo que si, este y otros de esta ciudad por Dios que hablan. (¿Y que tanto? Si a maduro le habló un pajarito, por qué a mí no me puede hablar un edificio?).

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Luego de varios días increíbles, dejamos Berlin. Para mi, una ciudad en que me quedaría a vivir un rato sin ningún problema.

Fin Parte III, próxima semana, Praga. Si te han gustado, comparte en tus redes sociales y comenta!

Viaje madre-hija: una experiencia única, parte II Bruselas y Colonia

In familia, viajes on noviembre 26, 2017 at 6:44 pm

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Llegamos a Bruselas tarde. En la estación de trenes nos esperaba la hija de una amiga muy querida quien vive hace años con su familia allí. Encantadora, nos recibió en su casa, la que sería nuestro centro de operaciones para los dos días que estaríamos en aquel país del tamaño de una región de Chile.
Nos despertamos tempranito al día siguiente, y luego de un rico desayuno familiar en que conocimos a la pequeña hija de nuestra anfitriona (deliciosa!). Tomamos el tren rumbo a Brujas, uno de los destinos que tenía prometido a mi hija, pues cuando lo conocí  (17 años atrás) recuerdo haber dicho «cuando la Domi sea más grande la traeré aquí, porque es como de cuento». Pues bien, el paisaje de cuento estaba saturado de actores…masas de turistas lo cubrían todo como langostas, y si a eso le suman que llovía copiosamente, les contaré que mi ciudad de cuento más parecía la parte triste del cuento que aquella dónde la princesa canta junto a los pajaritos. Tanto así, que cuando entramos a una chocolatería a comprar los siempre insuperables chocolates belgas, la mujer que atendía me contó que era tal la cantidad de turistas que ya nadie vivía en la parte histórica. Y que había sido tanto, que un día un turista le preguntó «¿a qué hora cierra la ciudad?» y ella le contestó «¿cómo que a qué hora cierra? ¿su ciudad cierra?». Claramente el turista pensaba que esto era un parque de atracciones tipo Disney. Y es que lamentablemente en cierta forma lo es. En fin, Brujas seguía linda pero le faltaba el alma de aquella vez que yo vine.

 


De vuelta nos bajamos del tren en Gent (Gantes), una ciudad más grande que Brujas pero con un casco histórico igual de lindo. Ya no llovía tanto, sin embargo y para variar, nos dijeron que aquella parte quedaba cerca de la estación de trenes….error….caminamos 20 minutos o más tan solo para llegar a ver algo. Para ese entonces eran ya pasadas las 6 de la tarde y debíamos estar en Bruselas a las 8.30pm. Nos comimos un rico waflle y nos volvimos al tren (esta vez en tranvía, porque tontas pero no tanto y a 14km caminados diarios…). La verdad, fue una visita bastante corta pero ilustrativa.

Nuestra anfitriona nos esperaba con una comida de lujo, mi hija alucinó con cada plato y más aún con el volcán de chocolate suizo que había de postre. ¡Increíble!
Al día siguiente salimos con la dueña de casa, su hija y su perro a pasear por el centro de Bruselas, en donde luego de comprar unos excelentes chocolates nos dejó.


Fuimos a la plaza mayor, ¡linda linda linda! Había una fiesta que se celebra una vez al año en donde el pueblo del lado, que perdió una guerra hace como mil años, le trae un árbol a Bruselas, que debe plantarlo. Sin querer queriendo estábamos en la mitad de un evento centenario.
Nos encantó Bruselas, había menos turismo y pese a ser un país más ordenado y conservador que sus vecinos,  su capital es muy grata de visitar ( tal vez porque es menos turística que Brujas, que es como el emblema de Bélgica si a visitantes se refiere).

En la noche y luego de haber recibido ese rico calor de hogar que se extraña entre hotel y hotel, tomamos el tren a Colonia. ¡Adivinen! Llovía. ¡Y cómo llovía! Casi más que en Brujas.
Nos dijeron que la ciudad era prácticamente conocer la catedral y punto, y que ésta quedaba al lado de la estación de trenes, así que buscamos un hotel ahí mismo. Cuento corto, todo al alcance de la mano. Salimos temprano a conocer y ¡Guau! Efectivamente el gran atractivo es la catedral, pero era que no, si es definitivamente extraordinaria. Creo que se demoraron como 500 años en construirla, de estilo gótico maravilloso, con unos vitrales que solo pueden nacer de la imaginación de artistas y genios. Con mi hija estábamos asombradas, cada uno una historia, un detalle. Los pisos, composiciones de mosaicos…en fin.


De ahí caminamos al puente, para poder apreciar desde lejos la majestuosidad de la catedral y a pesar que el día estaba nublado, lucía imponente. No les voy a mentir que me hubiese encantado nos tocara sol.
Caminamos por el puente colmado de candados de parejas buscando perpetuar su amor a través del gesto de colgar candados con sus nombres en las barandas. Lo más divertido, algunos de ellos con un chupete de guagua como prueba de la efectividad del sortilegio. ¡Y otros en trio!
Ya en la tarde, nuevamente nos dejamos perder por las calles que rodeaban a la catedral, y nuestros instinto arácnido nos llevó inequívocamente al sector de tiendas, en el que se nos a avalanzaron decenas de zapatearías con cientos de zapatos, uno más lindo que el otro. ¡Y todo en liquidación! Pensamos en nuestros espacio en las maletas, en que mañana debíamos tomar un avión y ya estábamos más que sobrepasadas con el peso…decidimos dejarnos tentar solo con un parcito.

!Ah! No he destacado que ya en esta parte nos habíamos puesto un par de cervezas alemanas y tratado de entender sin éxito la carta menú, por lo cual terminé comiendo chucrut con mostaza y chuleta kasler, que me encanta, pero las quería con papas a la crema. Mi hija, sabiamente, siempre pedía algo parecido, para evitar errores…algo que tuviera cara de hamburguesa de preferencia. Es más, me dijo que ante la duda idiomática, había que buscar lo más parecido al menú de niños que figurara en una carta, porque seguro era rico. Muy buen tip.

Fin parte 2, próxima semana, Berlin

Viaje madre-hija: una experiencia única (Parte I, Holanda)

In familia, viajes on noviembre 12, 2017 at 11:29 pm

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En los siguientes posts, compartiré con ustedes una de las experiencias más lindas que he tenido: un viaje de dos semanas con mi hija, por Europa del Este. Espero lo disfruten!

Zarpamos desde Santiago el viernes 4 de agosto de 2017 por la tarde. Luego de una breve pasada por el salón VIP menos VIP que hay, abordamos el avión. Hago hincapié en eso del VIP pues ya está tan masificada la tarjeta que la mitad del aeropuerto (dentro de las cuales me cuento) se va a comer un pan pegote con pasta de quizás qué cosa al famoso “BIP”

Obviamente, llegué al counter de la puerta de entrada con la esperanza de un upgrade que nunca fue…porque de los mismos creadores de “masifiquemos la tarjeta priority”  es el “regalemos certificados de upgrade hasta que nos cansemos”. Así, haciendo creer a la gran mayoría que éramos especiales, nos dejaros a todos con la pura creencia, porque de upgrade ni soñar. Es más probable te encuentres con Cueto en el VIP  que ser “upgreidiado”.

Luego de no dormir nada (pero nada), de ver varias películas y de unos pies hinchados a morir, aterrizamos sanas y salvas en Madrid. Corre que te pillo y ya estábamos nuevamente sentadas en nuestro avión a Amsterdam.

A penas nos bajamos del avión sentí que había algo en el ambiente demasiado carnavalero. Recordaba la ciudad como entretenida, pero la primera impresión era como mucho Lucho. Fantástico, me dije a mí misma…mi hija no pensó igual, como que le bajó el pánico escénico de tanta gente y tanta onda excéntrica…por decir lo menos.

Llegamos al hotel The Exchange. Comprado por Hot Wire y a pesar de sus estrellas y su precio, de dudosa reputación…hasta ahí pensábamos.

Y entonces, cuando salimos a recorrer la noche, ¡entendimos que pasaba!…SORPRESA!! ¡Era la semana del orgullo gay! (Gay Parade). De ahí en adelante lo pasamos (o lo pasé) chancho, la ciudad era una fiesta, todo el mundo feliz, disfrazado, desprejuiciado, despreocupado y desinibido…en ese mismo orden.  Llegamos a un tipo concierto al aire libre en la Dam Square, en donde todo el mundo bailaba al son de las banderas del arco iris, travestis en el escenario y varios DJ. La raja. Mi hija a esas alturas se había rezado 10 Ave María. Es que debo reconocer que no computé que para ella el shock no debe haber sido menor. Marihuana, baile, besos, disfraces y música se mezclaban y la sensación era de fiesta eterna. Le costó aclimatarse a la pobre.

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A mí me encantó la naturalidad, aquella en que no existe hombre y mujer, sino gente que se aviene o no, que se quiere o no, que lo pasa bien junta independiente de cualquier otra cosa que no sea si es grato para el otro.

Para rematarle la noche a mi hija y para que no confundiera el tema de los géneros y viera que aún existe machismo en el mundo, me la llevé derechito al Barrio Rojo. Mujeres estupendas en las vitrinas invitaban a los paseantes a entrar a sus reductos, más si eran asiáticos o tenían pinta de rusos.

Mi hija, más que otra cosa, le preocupaba saber cuánto ganaban y por qué era tan injusta la vida que no habían vitrinas de hombres…entendió entonces que sus congéneres feministas no por nada llevan más de un siglo alegando igualdad. También alegó porque los minos eran gay, que eso era totalmente injusto, sobre todo cuando según ella la genética había premiado a esta raza holandesa como joyas de la especie masculina.

Nos fuimos a dormir más que satisfechas de la fiesta y el desenfreno..que no era tal pues a pesar de todo, la gente es tremendamente educada, respetuosa y buena onda.

Dicho sea de paso, nuestra pieza de hotel era todo un espectáculo: se supone estaba inspirada en una revista de moda, por lo tanto, estaba empapelada de páginas de revista….too mucho heavy para mí. Preferiría una paredcita al menos blanca.

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Al día siguiente nos levantamos temprano, arrendamos bicicletas y salimos a recorrer Ámsterdam. Maravilloso como lo recordaba. Fuimos a los museos de Rembrandt y Van Gogh, y tal cual me pasara ya en Orsey años atrás , me corrieron las lágrimas de emoción ante un par de cuadros de ambos y otro de Vermeer…y es que no es que sea siútica, no sé qué me pasa pero con ciertas pinturas ¡me dan ganas de llorar de lo lindas  que son! Tal vez porque me emociona la suerte de poder está ahí, teniendo el privilegio de verlas. Porque por si a usted no le ha tocado ver una en vivo y en directo, no es lo mismo que verlas en un libro ni de cerca. Sorry  que se lo diga y le clave un cuchillo en el corazón. A es alturas, mi hija ya pensaba que su mamá era, además de demasiado liberal, un tanto histriónica…!mira que llorar con una pintura!.

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Después nos fuimos al Vondelpark. Impresionante. Grande, lindo y con miles de holandeses disfrutando a concho en él. Celebrando cumpleaños, tomando sol, haciendo deporte, paseando al perro, leyendo, bañándose…!que cosa más rica!

¡Ah!..y por supuesto, dos sectores con música. En uno un concierto de un grupo de rock Turco, en el que nos (o me) eche mi bailadita y otro en el que había una fiesta gay (obvio!), en donde hasta las guirnaldas tenían formas fálicas. Mi querida y casta hija me dijo “entra tu, yo te espero afuera” y entonces me perdí por 5 minutos en ese mundo de fiesta y pachanga en el que mujeres y hombres, homo y hétero, lo estaban pasando genial.

En la noche volvimos al concierto del día anterior, mi hija ya estaba más aclimatada y logró disfrutarlo un poco más…hasta que vio que querían sacarla a bailar y huyó hacia la derecha. Yo solo le insistía en que aprovechará, pues una fiesta como esa no le iba a tocar muy luego en su vida. Es más, a mí no me había pasado nunca y probablemente no me pase de nuevo. Así las cosas, nos fuimos, ella y yo, a dormir con el corazón llenito de buenas experiencias.

Fin parte 1…la próxima semana Bélgica