Estoy parada en la mitad de algo que cambió y cambiará mi vida. He decidido escribir estas páginas para no olvidarlo nunca. Espero tener tiempo suficiente para necesitar recordarlo.
Fines de Diciembre de 2006/ Julieta, usted tiene cáncer
Y Pedro me dijo “Mamita, ¿dónde viene”?. Y entendí que algo andaba mal. “¿Mamita?” ¿cuándo mi marido me había llamado “Mamita”?.
Todo comenzó un día como cualquier otro, en que me levanté, me miré (o tal vez me observé) y vi una pequeña ciruela instalada en la parte superior de mi pecho izquierdo. “¿Y esto? ¿De dónde salió?”, pensé. Casi me parecía efecto de algún tipo de abducción marciana, pues tenía todas mis “revisiones técnicas” recién hechas y al día, sin haber detectado problema alguno. “No hay que preocuparse”, me dije. “Hay que ocuparse”.
Partí entonces, bastante confiada y no sin antes haber impresionado a varios con mi alien, a hacerme una mamografía con una amiga Radióloga.
Después de los saludos de cortesía, pasamos a la parte en que te aprietan y planchan las mamas tal como si fueran sellados de jamón y queso. Rosario tocó, miró y dijo “me tinca que es líquido”. Dos segundos más tarde, después de la mamografía, su diagnóstico había cambiado “es sólido”, me dijo, “pasemos a la ecotomografía”.
Y así, sin darme cuenta cómo, estaba pidiendo hora para un doctor (cuya especialidad que preferí no preguntar).
Un día más tarde ya estaba en la consulta del Jefe de Oncología Mamaria, la cosa se veía más seria. “Sácate toda la ropa de la cintura para arriba”, me dijo. Y acto seguido tocó, miró y no se aguantó el siguiente comentario frívolo “te lloran unos implantes”. “Vaya vaya”, me dije yo, “¿No será esto una señal divina para que me ponga pechugas nuevas?”. Mal que mal, la cosa hasta ahí pintaba como fibroma, y entonces, como igual habría que correr cuchillo, que más sería aprovechar el quirófano y la anestesia para acicalar un poco “el equipo”.
Ya me veía yo, con este potito, esta cinturita, esta guatita y estas nuevas pechuguitas!!.
Pero, no todo era tan fácil, el doctor dijo que había que cerciorarse de que esto era un fibroma benigno a través de una biopsia. En mi fuero interno, ya no estaba tan tranquila. Entonces, ecógrafo y pistola lanza agujas en mano, el doctor pinchó el alien un par de veces y sacó muestras para ver el “pedigrí del muchacho”.
Quedó claro que era sólido. Aun así, el médico bromeaba con las “pechugas” nuevas.
Espere varios días hasta que escuche el “Mamita, ¿dónde viene?”, y entendí que algo andaba mal. ¿”Mamita”? ¿cuándo mi marido me había llamado “Mamita”?.
Aun en Diciembre de 2006/ Es mi culpa!
Me invadió un terror y una pena profunda. Me culpé. En cierta forma, sentía que yo me lo había provocado o bien, al revés, no había prestado atención a muchas señales que se me habían venido dando, entonces Dios, en su inmensa sabiduría, me había enviado una señal tan potente que no podría ser ignorada ni por mi ni por todos quienes me rodeaban. ¿Señales de qué? de un montón de cosas, todas de una intimidad petrificante. El diagnóstico era claro y preciso: cáncer.
Con Pedro, encerrados en mi dormitorio, decidimos entregarle una versión soft de la situación a nuestros tres niños y a mis padres.
Llegaron mis amigas más cercanas. Éramos las tres comalitas (como nos llamamos de cariños por se comadres) frente a una botella de vino tinto, dos cajetillas de cigarros y un tremendo problema.
Comenzó entonces la vigilia esperando la operación que sabíamos vendría pronto. Esa noche converse mucho, hice mis mea culpa y comprendí que así como yo había permitido que este individuo entrara a mi vida, tenia que pedirle que se retirara. Me demoré dos segundos en entender el por qué. Jamás me pregunte “¿por qué a mi?” Lo tenía claro y lo asumía con tremenda humildad.
Esa noche me sentí querida, impermeabilizada y me fui a acostar bien borracha como a la una de la mañana.
Al día siguiente fui a la oficina como siempre, veríamos al médico en la tarde y no quería esperar en la casa. Fui a mis reuniones tal cual, ordene mi escritorio pues presentí que no volvería muy luego y le conté a un par de personas, cuya cara de impresión daban fe del mal marketing que le han hecho a esta enfermedad.
El médico fue corto y preciso, “es un carcinoma infiltrante y hay que operar inmediatamente”, dijo bien cortante. Nos explicó que habría que sacar muestras de un ganglio llamado “centinela” que se encuentra camino a la axila. That´s all.
Mi amiga Úrsula esperaba afuera de la consulta para llevarnos a ver a otro médico recomendado para estos efectos. Este segundo doctor era más viejo y más campechano que el primero, se notaba que tenía mucha experiencia y que de alguna manera había optado por hacer de su profesión algo mas humanitario que comercial, como bien “hipocrático”. Después de revisar mis exámenes y de escuchar la historia, concordó con el diagnóstico y tratamiento del primer médico. Sin embargo, eso no fue lo relevante de la visita. Lo relevante fueron sus palabras: “Mire, cada día hay más estudios acerca de la relación de esta enfermedad con la mente. Ud. Tiene 35 años, no tiene antecedentes familiares…no me quiero meter en su vida pero busque que pena o frustración tuvo o tiene que la llevó a producirse esto. Porque el doctor la operará y mejorará, pero si Ud. No se analiza, se va a volver a enfermar”.
Potente, muy potente. Se me cayeron las lágrimas pues me parecía que la sincronía del universo me había llevado a hablar con él tan solo para escuchar eso. Eso que solo yo entendía en su profundidad y seriedad.
Al día siguiente, fuimos con mi cuñada Rita a la clínica para arreglar lo de la operación y hacerme muchos exámenes más. Yo, aunque parezca estúpido, veía el mundo de otro color, lo veía mas tranquilo. No tenía ningún apuro. Lo único que tenia por delante era una operación.
Nos sentamos a tomar un café a las 11.30 hrs. y nos paramos a las 14.30 hrs. Lloré mucho esa mañana, lloré contándole el por qué yo creía que me había enfermado. Por qué mi pechuga izquierda, ubicada delante del corazón y símbolo máximo de la feminidad había acogido y alimentado a una cosa tan fea.
Ese día me miré en el espejo y me encontré muy delgada, me vi flaca, y sentí que tampoco sabía cuándo había sucedido aquello, aun cuando era evidente que hace rato, pues los pantalones me quedaban enormes.
Mi teléfono sonó todo el día , aun cuando había solicitado mantener reserva, los pocos que sabían me tenían hipervigilada. Un amigo me dijo: “la gente que te quiere cerró filas en torno a ti” y la verdad, así lo sentí.
Esa noche, la última antes de entrar al matadero, mi casa se lleno de féminas. Era casi una fiesta. Una fiesta de mujeres despidiendo o celebrando a su amiga, nublándole la mente para que no pensara. Hicimos unos disfraces que mis hijos necesitaban para el colegio. Una pintaba, la otra recortaba…y otra servía las copas de champaña y vino. Me sentía feliz. Podía sentir su amor como nunca, y aun cuando tenía miedo y pena, a ratos pensaba que valían la pena.
Primeros días de Enero de2007/ Saquemos al enemigo
Ese jueves desperté con un abrazo de mi hermana, que había viajado toda la noche para asistir al “parto”. Uy! Que abrazo mas rico, sentí que ahora nada podía pasarme porque ella estaba conmigo. Llore más y más.
Partimos a la clínica. Ese día me despedí de mis niños como siempre, se fueron al colegio y solo les dije “voy a que me saquen un porotito que tengo en la pechuga y vuelvo mañana”. Lo único que me importaba era que no sintieran angustia.
La verdad es que la operación no me asustaba nada, era lo que podían encontrar lo que me aterrorizaba. Pero me había concientizado y le había pedido a todo el mundo que se mentalizara en que “el centinela saldría bueno”, el centinela diría “noooo, yo por aquí no he visto nada raro”.
Miedo a qué tenía? Simplemente a dejar a mis niños solos.
Legué entones a la clínica, amigos y familiares varios me acompañaban. No estaba particularmente nerviosa, mas bien estaba entregada.
Me llevaron entonces al examen en donde marcarían el famoso ganglio centinela. Una doctora me explicó lo siguiente: “te pondré cuatro inyecciones con líquido radiactivo en la pechuga. Luego, con una máquina que mide radiación, marcaremos el punto donde esta el tumor”. Me dolió? Si, pero no más que la depilación de una pierna bien peluda. En tales circunstancias el dolor se vuelve relativo, hubiese estado dispuesta a que me apretaran uno a uno los dedos en la puerta con tal de mejorarme.
Dicho sea de paso, desde que me dijeron que lo que tenía no era de lo más amistoso que hay, no me toqué ni miré nunca más mis pechos.
Estaba super concientizada de que todo saldría lo mejor posible, que mi mente era poderosa y que Dios me escucharía. Le gritaba con humildad que ya había entendido que, entre otras cosas, me había enfermado de tanto guardar afectos y sentimientos.
Me fui a pabellón, y le di al cirujano mi última instrucción: “sé agresivo, saca todo lo que tengas que sacar sin contemplación”.
Anestesia anestesia anestezzzzzzzzzzzzz y no supe más hasta que escuche “Julieta, Julieta, Juli”. No tengo idea quién fue, pero desperté en una camita, de lo más tapada y presentada que hay. Había seguido los consejos de mi marido y de mi hermana “no sigas la luz ni te acerques al calor”. Y ahí estaba, sin saber mucho en que planeta, cuando se acercó una enfermera y me dijo “todo salió bien, el centinela salió bien”. Sentí que había ganado mi primera batalla y me salió la primera sonrisa del alma en varios días.
Creo que este convidado de piedra fue como mi “papelera de reciclaje”, en la que fui acumulando frustraciones, penas, miedos, rabias. Y se me olvido vaciarla, entonces “copo” mi disco duro y plaf!. Pero bueno, imagino que el doctor fue como el informático, que viene y uno no sabe como, pero resuelve los problemas rápidamente.
Entre pasillos divisé a mi marido, mi hermana y mi amiga Úrsula con racimos de globos aprontándose a darle la bienvenida a esta Lázaro moderna. Llegué a mi pieza y mucha gente estaba esperándome, muy contenta de los resultados de la operación. No recuerdo bien caras ni conversaciones, solo que el teléfono sonaba y sonaba.
Esa noche quise quedarme con mi hermana, con quien conversé, me cobijó y me acompañó hasta que ya el sueño fue incontenible. Conversamos acerca del evento tal como lo haríamos la mañana siguiente del matrimonio de un familiar.
El despertar fue lo mejor, la máquina del suero se trabó, entonces comenzó a sonar el pitito “piiiiiiiii, piiiiiiiii”. En eso, escucho a mi hermana diciéndome “Julieta, ¡Julieta!!!” , y ya estaba abalanzándose a tomarme el pulso cuando le digo “queeeeee”. La pobrecita había pensado “¡se me despachó la paciente!”.
Saliendo de la clínica, comenzó una semana de llamados, visitas ilustrísimas, cafés a media mañana y mucho teléfono. Era curioso ver la reacción de la gente, esperaban verme tremendamente cagada o bien demacrada, y esta enfermedad no es así, es silenciosa y discreta, casi se condice con la femineidad del órgano al que ataca.
Decidí y me comprometí a atender lo que Dios me estaba diciendo a través de esta experiencia “Julieta, te he dado todas las herramientas para ser feliz y no lo estás siendo”. Decidí reírme más, gozar más a mis hijos, mi casa, mis amigos, mi familia. Decidí no guardarme nunca más los afectos por el que dirán. Decidí no estar nunca más en un lugar donde no me sienta grata. Decidí ser feliz con la simpleza que ello implica.
Mediados de Enero de 2007/ Elongando para una dura carrera
Llegó el día del control post operatorio. El médico me sacó el parche.
Le pregunté todo lo que se me ocurrió. Como buena ejecutiva signo Virgo, partí por el principio: “si me hacen un análisis hoy, ¿estoy sana?”. “Si”, me contestó. De ahí para adelante y habiendo recuperado un poco de seguridad en mi, en mi mente y por sobretodo en Dios, comencé a preguntarle por la Radioterapia, la Quimioterapia y otras hierbas. Así, fuera una fantasía producto de la forma en que hice la pregunta, su respuesta me llenó de seguridad, ánimo, alegría y ganas para soportar todo lo que se me venía encima.
Tiendo a reírme de mis tragedias, entonces hice varias reflexiones negras con el tema de esta enfermedad y sus tratamientos. Por ejemplo: ¿se caerían todos todos los pelitos, incluyendo “aquellos”?. Podría soportarlo, pero las pestañas ¡no!!!. ¿podría pegarme unas tipo Liza Minelli?. Sentía que el turbante me sentaría bien, al menos la toalla post lavado de pelo nunca me había quedado tal mal. Pero ese color blanco enfermo que provoca la Quimio…¿sería posible pegarse unas pasaditas por el solarium? ¿Algún autobronceante? Así , entre el tono mate y el turbante pasaría por Haitiana.
Y en las vísperas de iniciar mi duro tratamiento, un amigo me aconsejó: “Y aparecerán muchas personas, cada una con teorías, recetas y otras yerbas como cura para este cuento. Tu elije una sola línea y síguela”. Y así fue. Me enteré de las bondades del Biomagnetismo, las flores de Bach, el Reiki, el veneno del escorpión azul que vive en Cuba, el examen PET, un cactus usado por los Diaguitas, el aloe vera, los cuarzos, San Expedito, Santa Teresita, el Padre Pio y la verdad, finalmente llegué a un solo punto en común: La energía y la fe que generan las ganas de mejorarse, la mía , la tuya y la de ellos, es la que puede y podría lograr el cambio.
Fines de Enero/ No somos nada, no somos nada
La primera aproximación con una quimioterapia fue la colocación de un cateter al costado derecho de mi pecho. Estaba en el Multipencionado del Hospital Clínico de la Católica y compartir con 5 mujeres más en igual o peor condición que yo no fue cosa fácil. Había 6 historias de vida diferentes en esa habitación. Una mujer que había esperado para ser tratada de su cáncer al útero para poder tener una hija, otra que rehusó a su tratamiento la primera vez y ahora estaba con 5 tumores, feliz por la vida. Una que estaba en su última sesión y salía cada cierto rato a fumar a la terraza de la pieza (carrito con droga incluido). En fin, 5 historias de valor, de un mundo al cual yo estaba recién ingresando y del que no sabía si iba a salir.
Ese día me hicieron mil exámenes y me operaron para ponerme el catéter subcutáneo. Esa situación fue sin duda la top ten de las atroces. Anestesia local e introducción de 18 cm. de cable dentro de la vena cava. Horrible, me bajó una sensación de indefensión y una pena que no olvido. Me sentí tan miserable, era apenas un montón de huesos, un animalito a merced de un grupo de humanos llamados médicos.
Salí de pabellón y comencé a llorar sin siquiera poder hablar, simplemente lagrimas muditas caían y caían de mis mejillas, las enfermeras y auxiliares me hablaban y yo no respondía. Hasta que vi a mi hermana y a Pedro, entonces comencé a llorar con voz, tal como una niñita chica perdida que encuentra a su mamá. Quien diría que después bromeaba con la “guevadita” diciéndole a los niños que el catéter subcutáneo era en realidad mi celular de última generación.
La primera quimio paso normalmente, hasta que 2 o 3 días después, mi cuerpo reconoció el veneno y vomité hasta mis ilusiones.
Luego vino el terrible día en que comencé a perder mi pelo. Fue fuerte, muy fuerte. Sucedió bien de repente, entre el día 18 y el 21 desde la primera quimio. Fue potente, pues mi cabello largo se soltó y cayó tal como recuerdo se desplumaba una gallina recién pasada por agua hirviendo en el campo. Mechones cayendo de una forma devastadora.
Hoy/ Aun viva, terminando este cuento
Y así, entre cambios y adaptaciones, pasaron 5 quimios de un total de 8. En estos meses se han sucedido una serie de sentimientos extraños. El primero: aprender a vivir con la quimio, adaptándola a mi vida. Sentir que ella es mi trabajo y que me quitará un par de días para luego entregarme otros tantos en que podré hacer todo cuanto quiera. El segundo: darme cuenta que mi apariencia no varia por unos pelos más o unos menos. Porque por algún motivo, me encuentro igual de atractiva. El tercero: tener la certeza absoluta de que este evento será único en mi vida y no volverá nunca mas. El cuarto: que no fue gratis y que la visión de la vida que tengo hoy es distinta a la de unos meses atrás.
Es divertido pensar en lo mucho que me preocupaban mis pestañas….y se cayeron sin que ni siquiera lo notara. Sigo siendo la misma coqueta y vanidosa de siempre, con una colección de gorros distintos para combinar de acuerdo a la ocasión. Me siento cómoda peladita, tanto que la peluca que escogí con tanto cuidado, fue olvidada en un oscuro lugar de mi closet.
Fines de Junio de 2007/ El último tramo, el más doloroso
Si hago un recuento de estos meses, no puedo dejar de reconocer que he pasado momentos muy difíciles. Producto de la quinta quimio, se me cayeron hasta las ganas. Tal como un huracán, la droga se llevó un incipiente pelo, bigotes, pestañas y…cejas. Y eso dolió, ¡Ay! si que dolió. A partir de ese minuto me ha costado mucho verme en el espejo pues no reconozco a quien ahí veo reflejada. Los ojos son el espejo del alma, y mientras ellos nos reflejen, todo está bien. Pero cuando éstos son desnudados de su atuendo, la mirada pierde algo y ya uno no es la misma, no se ve igual.
Me miro y veo ese rostro con el que siempre tipifiqué al cáncer y a la muerte, de una pureza y una fragilidad tremenda, limpio, suave, cristalino. Pero a la vez vacío, débil, vulnerable. Casi puedo ver mi alma desnuda.
Esta parte del proceso ha sido sin duda la más difícil, como los últimos 100 metros de una maratón, los más largos y pesados. Interminables. Las fuerzas físicas y psicológicas están menguadas y uno ya ha ocupado todas las bengalas distractivas.
Principios de Julio 2007/ Se terminó. ¿Se terminó?
Ayer fui a hacerme la última quimio de este segundo ciclo. Antes de ir a la clínica, estaba como novia en la víspera del casorio. Nerviosa, ansiosa, expectante. Hasta me hice una sesión de fotos, preciosa según yo, para recordar los tiempos de peladita. Mis amigas me sugerían diversas posiciones para hacer gala de lo lampiña que he quedado luego de estas 8 sesiones de mierda. ¡La envidia de las chicas Play boy!!! Siempre pensé que la piel de las guaguas era muy suave por su juventud, pero ahora estoy convencida que se debe ¡a que no tienen pelos!
Antes de partir a la clínica me arreglé más que de costumbre, pues por alguna razón, cada día me he empezado a sentir mas fea, como si las drogas hubiesen comenzado retroactivamente a hincharme.
Mediados de Julio de 2007/ Rearmando los pedazos de Julieta
Hace ya una semana fue mi última sesión de veneno. Creo que nadie dimensionó la importancia que este 4 de Julio del 2007 tuvo para mi. Fue como cuando parí a mis hijos, tanta espera, tantos meses, tantos cambios físicos, para que en un momento, todo se acabe, se llegue al clímax de la campana de Gauss y todo comience a acomodarse en ti nuevamente, tu cuerpo comienza lentamente a volver a la normalidad, pero tu vida ya nunca será la misma. Eso fue para mi el día de mi ultima quimio. Recordé cuando me dijeron “son 8 sesiones”, cuando me hice la primera y dije “falta una menos, solo quedan 7”…cuando me hice la tercera y dije “quedan 2/3”. Pensé en todo lo que estaba dejando atrás. Parí mi sufrimiento ese día, lo bote, lo solté, lo superé, fui capaz, fui más grande, fui más fuerte, fui más sabia.
Sin embargo, estoy más triste, tal vez porque la excitación ya pasó y comienzo a hacer los balances. Tal vez porque como todo, el proceso para conseguir el objetivo fue más motivante que el objetivo en si. Terminé. Lo disfruté una milésima de segundo mientras estaba ahí, pero al día siguiente siento como un duelo, tal vez porque me han cortado el cordón y ahora deberé sobrevivir sola. ¿Qué pasa si voy a un control y me dicen “volvió el cáncer? Es decir, se termina la quimio, se corta mi cordón y tengo encima un stress nuevo: “Julieta, cuídate y no comentas nuevamente los mismos errores. Julieta, ¿te preocupaste estos 7 meses de mejorar tu alma?”
Hay días buenos y malos, hay días en que uno piensa desde un estado de ánimo positivo y otros al revés. Hoy me tocó el lado oscuro nuevamente. Es ahí donde se presenta la fragilidad emocional con que uno queda después de un evento de la magnitud del que tuve. Cualquier cosa posterior se enfrenta con las reservas de positivismo y racionalidad tendiendo a cero, con la sombra del cáncer acechando hasta en la aparición de una simple espinilla. Y es que cada vez que te haces un examen y les dices tu pedigrí, pasas a ser ciudadano de alto riesgo.
Es difícil esta etapa. Siento la falta de muletas, siento el miedo del niño que es dejado en su primer día de colegio solo. Siento rash de terror por la fragilidad de la existencia. Todo se mezcla. Un diagnóstico de hipotiroidismo posterior al tratamiento que me pillo de sorpresa y que coopera tal vez con este estado de ánimo. Una gordura no esperada, que sumada a la calvicie no ayuda en mi autoestima. No sé, muchas cosas sumadas y mezcladas que no dejan ver quien es el real responsable de esta sensación de angustia y tristeza.
Declaro haber sentido injusticia por este último diagnóstico. Pequeño, casi inocuo, pero no menos simbólico, porque ataca justo las dos cosas que trate de preservar en 7 meses de enfermedad: mi estética y mi ánimo. Nunca quise que me vieran mal, ni del alma ni del cuerpo. Aun en mis peores días me arregle y me rehíce la cara a punta de pintura y hoy estoy triste, a veces con pánico de un futuro que es incierto y con un cuerpo que desconozco.
He llorado harto estos días. Ilógico si pensamos que este periodo debió ser el más feliz.
Agosto 2007/ Comienza una luz
Han pasado 5 semanas desde mi última quimio, ya los remedios para la tiroides han hecho su efecto y estoy en mi peso nuevamente. Sin embargo no todo es positivo, mi estado de ánimo es muy cambiante, a veces me invade una angustia y una pena no menor. Siento una vulnerabilidad y una fragilidad paralizante. Hasta saco las cuentas de los años que debo resistir para dejar a mis hijos medianamente educados, son ellos los que me invitan a dar la pelea. Es increíble, pero los hijos son la razón por la cual a uno no le da lo mismo estar que no estar. Para mi, que no le tengo miedo a la muerte, realmente lo único que me complica de aceptar su invitación ahora, es el saber que tengo tres niños que me necesitan.
Aun no me crece nada de pelo, entonces siento que el despegue ha sido lento, que aun estoy inserta en el “club del cáncer”.
Octubre de 2007/ Aprendiendo a vivir con miedo
Mi ánimo esta mas firme, pero no por ello dejo de sentir cierta vulnerabilidad, cierta permeabilidad al medio. Cualquier situación me afecta mas de lo habitual. Estoy frágil. Quiero que el tiempo pase y borre un poco este presente, sentir que de alguna manera estoy dejando esto atrás, alejándome de un terreno hostil, sintiendo que cada día que pasa será un día ganado a la enfermedad, un día que estoy más lejos de ella.
Llevo ya dos semanas de radioterapia, que ha provocado dos efectos visibles: el primero, una preciosa y turgente pechuga, que cada vez se pone mas bella en comparación con su gemela. El segundo, esta preciosa pechuga viene de vuelta de un largo viaje al caribe exenta de bloqueador solar (negra, casi achicharrada).
Mi pelo ya asoma hermoso y completo, casi mucho para mi gusto.
Cada día me siento mas fuerte, he comenzado a retomar mi vida y la radioterapia es casi un trámite del que trato de zafar lo más rápido posible.
Noviembre 2007/ Tratamiento, tú y yo hemos terminado
Hace un par de días termine mi radioterapia. Me siento feliz, dichosa. Casi como acostumbro a sentirme el día de mi cumpleaños. Coincidió con una entrevista que me hicieron para una revista, lo cual hizo pública mi alegría y atrajo hacia mi las miradas (y mi vanidad saltaba de júbilo). Fue como que se me hubiese regalado la oportunidad de gritar a todo el mundo un “¡terminé!!!!!!, ¡Estoy sana!!!!!!!!!, ¡Estoy feliz!!!!!!!”. ¿Cuánta gente tiene una oportunidad así en su vida?
Como les decía a mis amigos, “¡cada uno es famoso como puede!”.
Enero de 2008/ Julieta, algo que nos quieras decir?
Hoy han pasado al menos 6 meses desde que terminé la radioterapia. Mi cuerpo volvió a la normalidad, prácticamente no hay vestigios del “evento” que viví el 2007. Digo prácticamente pues las cicatrices algo me recuerdan el pasado.
¿Cómo es mi vida después del cáncer? ¿Cambié? No lo sé. Creo que esa pregunta pueden contestarla quienes me ven día a día. Por mi parte, me siento menos tolerante, estoy más enojona, más exigente con los demás. Tal vez es una forma de no guardarme todo, de no pretender solucionar todo, de aguantarle menos al mundo, de sacar las rabias. Tal vez ya no me interesa ser la monedita de oro que le cae bien a todo el mundo, ya no quiero ser políticamente correcta.
Por otro lado, me siento con mas ansias que nunca de hacer cosas, diversas y distintas. Tengo ganas de escribir, de aportar, de dejar algo que trascienda. De aprovecharme. Me siento más inteligente, más despierta, más capaz. Quiero hacer.
Pero quiero hacer cosas que me sean gratas, que me apasionen. Escribir mis visiones acerca de lo que es ser mujer hoy, de cómo nos vamos exigiendo en cosas que finalmente no son relevantes para nosotros sino para nuestro entorno. Visiones de cómo nos hemos ido enfrascando en una competencia absurda por el éxito seriado en vez del éxito individual. De cómo ser exitosa en la vida tiene parámetros tan estandarizados, los que vamos copiando a costa de nuestros propios talentos y aspiraciones.
¿Por qué todas queremos ser flacas, jóvenes, andar a la última moda? (dictada por una multitienda). ¿Por qué todas queremos tener hijos inteligentes, que estudien en una universidad formal, vivir en una casa cada día mas grande y decorada como piloto?
¿Por qué luchamos tanto por la familia tradicional, muchas veces a costa de nuestra propia felicidad?
Tal vez eso me enseñó el cáncer: a entender que el tiempo es finito, que no debo vivir a largo plazo. A que estar flaca y regia, viviendo en una casa soñada y con una familia perfecta solo debe ser el resultado de una mujer plena y no una meta en si misma.
Hoy quiero hacer lo que me apasiona. Muchas veces mi mente corre a mil y los proyectos fluyen como ríos en ella. Es como si mis neuronas, medio aletargadas de tanto químico hubiesen revivido con fuerza.
Me han pasado muchas cosas en estos años. Creo que todas con un fin único que tal vez aun no logo comprender, pero que sin duda tienen que ver con la fragilidad, la humanidad y con el encontrar a esa Julieta antigua, esa llena de sueños locos que sentía tenía el mundo en sus manos. Esa que creía que podía lograr todo lo que se propusiera, pero no por soberbia, sino por pasión e ignorancia de las cortapisas que el mundo nos enseña. Fui niña tal vez mucho más tiempo que el resto, y esa mentalidad me llevó a pensar que no había nada imposible. Esa niña es la que quiero recuperar.
Sé que tal vez el destino aun me tiene preparadas muchas sorpresas, tal vez algunas desagradables. Pero sin duda estaré mejor preparada. Aprendí del dolor, de la angustia, de la pena y el miedo.
Soy mujer, simplemente eso.
Soy imperfecta y frágil.
Puedo caerme y puedo fallar.
Me volveré a parar una y otra vez.
Y eso me hace más mujer aún.
FIN