Leo Pienso Opino

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De Alumno a Cliente, el cambio en la mirada de la Universidades Chilenas

In educación, reflexión, sociedad on abril 24, 2016 at 5:10 pm

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Hace ya un par de décadas (para que precisar) tuve que enfrentarme al proceso de elegir la carrera y universidad donde estudiaría.

Con 17 años andaba bastante perdida, sin embargo había una cosa que tenia super clara: las alternativas eran Valdivia o Temuco. Asi, las carreras impartidas por la Universidad Austral y La Universidad de la Frontera en aquellos años fueron un importante rayado de cancha. No había tanta variedad en la vitrina.

No recuerdo haber recibido ningún correo, mailing, inducción o cosa por el estilo de ninguna universidad para “seducirme” respecto de elegirla. Tampoco recuerdo haber visto algún anuncio o publicidad.

Cuando llegué a matricularme a Ingeniería Comercial de la Universidad Austral de Valdivia, éramos un lote de cómo 150 “ex púberes” haciendo la fila. Solos. Nadie estaba con su papá o su mamá, y mas de 70% era de otras ciudades. Había ansias de hacer amigos pues con suerte tenías a dos o tres conocidos.

Ibamos a clases donde un profesor impartía sus materias en un pizarrón con tiza, fumábamos felices de la vida en la sala y si el docente era “pro” tenía una que otra “transparencia” con la materia, de lo contrario, la mano te quedaba acalambrada de tanto escribir. Siempre había, eso si, una buena samaritana matea y de linda caligrafía que prestaba sus cuadernos para fotocopiar.

La gran mayoría de los profesores eran full time y estaban disponibles para consultas en sus diminutas oficinas, en donde imagino hacían algún tipo de investigación o trabajo administrativo en sus tiempos libres.

Jamás se te ocurriría reclamarle por algo, si llegaba atrasado, si faltaba a clases o si la materia estaba pasada de moda o errada.

Si reprobabas, solo si la cosa era grave grave (como para expulsión) ibas a hablar con el profe, quien luego de hacerte esperar horas para demostrar su poder, te atendía solo para decirte que “asi no más es la vida, para la próxima reencarnación, estudie más o dedíquese al cultivo de papas”. No había mucho que hacer.

Eramos alumnos.

Hoy, veo con estupor cómo en muchas universidades el alumno a pasado a ser un cliente. Se le busca y seduce con campañas de marketing de los mejores directores creativos del país, con millones de pesos desplegados en prensa, radio y medios digitales. Hay que pelear por esos clientes que salen ansiosos de cuarto medio a elegir una casa de estudios superior dentro de cientos.

Para el día de la matricula no es raro ver al alumno con su padre o madre de escolta, quien quiere supervisar y “acompañar” al querubín en todo. Mal que mal, “esta pagando por una educación de calidad”

Luego, en clases, los alumnos no usan cuadernos y esperan cómodamente que el profesor suba el power point a e-class. (Suelo preguntarme si esta generación tiene un chip especial que les permite memorizar todo, pues claramente uno no pone todo en el famoso power point!).

Esta generación exige a los profesores, en el mejor de los casos, profesionalismo en la docencia. En el peor de los casos, exige pruebas blandas, pocos reprobados y “consideración con los casos especiales”.

Desgraciadamente, hay varias universidades que ven a este nuevo alumno como a un cliente al que no hay que perder, y bajo la máxima “el cliente siempre tiene la razón”, sucumben ante sus solicitudes de “Otra oportunidad! Otra oportunidad!”. Profesores llamados al estrado porque “las notas estuvieron muy malas” o frases como “pero está en su último año…¿no puede ser un poco flexible?”, “es que él trabaja…no tiene tiempo” no son raras de escuchar. Y que decir de las visitas protocolares de padres abogando por los niñitos.

Supieran esas universidades que en un focus que hice hace unos años con alumnos de cuarto medio, ellos comentaban frases tales como “es que esa universidad es muy pasta” o “es que les aguantan todo” como una pésima cualidad de la casa de estudios.

Aquellas universidades se posicionan entre los estudiantes que no buscan aprender, sino tener un título, por el que pagan y con ello creen haber hecho su parte. Pseudo genios que consideran que si no pasan un ramo es culpa del profesor pero jamás de ellos mismos.

Es fantástico que hoy los jóvenes aboguen por sus derechos y exijan preparación y responsabilidad al cuerpo docente, no cabe duda de ello. Pero que algunas universidades transen a su mandato de educar en pos de tener alumnos cómodos a los que se les trata con pinzas para que no se vayan me parece un despropósito monumental y peligroso. Ellos sin duda saldrán al mundo laboral con una desventaja tremenda y terminarán trabajando en puestos técnicos, lejanos a lo que en sus sueños de “consumidores de educación superior” esperaron.

Soy docente de una universidad que trabaja día a día para ser mejor. Que nos instruye y empodera cada año para que no caigamos en facilismos y exijamos con dureza. Nos evalúa dos veces por semestre para que mejoremos aquello que esta mal, pero nunca se ha inmiscuido en nuestras decisiones, pues desde el minuto que nos contrató, confió en que éramos idóneos.

Porque las universidades deben entender que ante esta libre y voraz competencia educacional, deben pelear por los alumnos a la antigua: con los mejores profesores. El resto es música.

 

El Patito Feo: Un cuento para adultos.

In educación, familia, reflexión, sociedad on diciembre 27, 2015 at 1:14 am

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Esta columna será un tanto atípica pues trata acerca un cuento, uno de mis preferidos: “El Patito Feo”. Estoy en un taller de literatura y quizás eso me llevó a reescribir una parte de esa historia, la que compartiré con ustedes porque por estos días me hace mucho sentido.

“…El Patito Feo sufría, se sentía culpable por ser distinto. Esa sensación de no encajar en su propia familia le parecía tremendamente dolorosa. Le hería su propia infelicidad y la que provocaba en los demás. Día tras día sentía la frustración de su madre porque no cumplía sus expectativas; el rechazo de sus hermanos, quienes se avergonzaban cada vez que nadaban en fila tras la señora Pata, desdichados por la mala suerte de tenerlo en la familia.

Era duro cargar con ese peso, queriendo ser él, auténtico, pero sabiendo que ello no sería el orgullo de nadie. No destacaba en nada de lo que se suponía hacía destacar a los demás patitos.

La decisión de marcharse fue difícil y dolorosa pues dejaba lo que más quería: la seguridad de su hogar y el cobijo de su madre. Porque a pesar de las constantes críticas y la discriminación de todos en el tranque, el Patito Feo los quería. Era lo que tenía y conocía desde que rompió el cascarón.

Al marcharse estaba lanzándose a un abismo de incertidumbre y soledad. Sin embargo, también sentía que valía la pena porque algo en su pequeño corazón de pato le decía que su vida no estaba completa en aquel lugar.

*******

Cuando llegó a la pequeña laguna vio unas aves hermosas, de cuello espigado y pelaje blanco como nube de primavera. Sintió como si miles de estrellas le estallaran dentro y le llenaran de luz. No se parecían a él, pero experimentó de manera inmediata una conexión interior con aquellos seres de magnífica estampa.

El patito entró corriendo al agua, nadó presuroso entre los juncos y cuando llegó cerca de las grandiosas aves las miró y sintió cómo, sin mediar un sonido, aquellos seres maravillosos le daban la bienvenida reconociendo en él a uno de su misma especie. Una especie más delicada e imponente que cualquier otra.

El Patito Feo descubrió cómo cada una de sus plumas, que antes parecían fuera de lugar y eran considerada feas por quienes le rodeaban, en este nuevo hogar eran alabadas en su hermosura. Su forma de nadar y de graznar endulzaba los ojos y oídos de su nueva familia, que lo felicitaba y alentaba a seguir haciéndolo como si fuera el más perfecto de los seres.

Le costó creer que lo que antes fuera visto como defecto ahora fuera fuente de alabanza. Comprendió entonces que antes estaba fuera de lugar, pues en esta nueva laguna sus diferencias no eran sino perfección y belleza.”

¿Por qué me gusta tanto este cuento? Porque con la simplicidad de una historia para niños nos muestra cómo muchas veces no somos capaces de ver o apreciar al otro en su máximo esplendor. Primero, porque no somos capaces de aceptar o entender que no todos maduramos al mismo tiempo y que, al igual que las flores, ¡no todos florecemos al mismo tiempo! Hay muchos ejemplos de niños que recién en la juventud demuestran todo su potencial, dejando a quienes se burlaban o criticaban en el camino, transformándose en preciosos cisnes.

Segundo (y siguiendo con las flores), porque a veces estamos en el jardín equivocado… y duele, porque lo que nos apasiona es mirado como inadecuado, estúpido, poco convencional o arriesgado. O porque nuestras virtudes no están de moda y pasan inadvertidas en un mundo donde lo que importa es “alcanzar metas” por sobre la espiritualidad y la bondad. Nadie anda diciendo por ahí “mi hijo este año fue buen hermano”. Solo oímos “mi hijo salió con 6,8 del colegio”, “ganó la medalla de mejor atleta.” ¡Por supuesto que eso es excelente! Pero ser buen hermano también lo es.

Ser distinto frustra, duele… hasta que encuentras un lugar donde encajas y tu diferencia ya no lo es más.

Hoy, cuando muchos chicos rindieron la Prueba de Selección Universitaria y se enfrentan a la frustración de no cumplir con sus expectativas o las de su entorno, la lección de este cuento cobra más fuerza que nunca. ¡No todos florecemos en el mismo momento! Un chiquillo “porro” en el colegio puede ser un brillante intelectual o empresario en el futuro, y esto lo sabemos de sobra, pero nos cuesta aceptarlo cuando es el chico porro el que nos tocó como hijo. Nos falta confianza para esperar, para alentar en la diversidad de talentos. Esta sociedad nos enseña, al igual que en el primer hogar del Patito, que existe una sola forma de “ser lindo” y cualquier diferencia es condenada y quien la exhibe es mirado con lástima, desprecio o indiferencia.

Einstein, Lennon, Jobs y tantos otros fueron absolutamente distintos. De seguro hicieron sufrir y preocuparon profundamente a sus padres. Sin embargo, tuvieron la fuerza de abandonar el tranque y de buscar un lugar donde lo que parecían defectos no eran sino talentos tan preciosos que los hicieron parte de la historia.

**Esta columna me la dedico muy especialmente, porque muchas veces olvido ser paciente y admirar a mis polluelos, agradeciendo cada día lo maravillosos que son.

 

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Escuelita de pueblo, enseñanzas de vida.

In calidad de vida, educación, reflexión, sociedad on marzo 2, 2015 at 11:05 pm

En mi primer día de escuela, mi hermana me dió el siguiente consejo, mientras me terciaba un bolsón de cuero sobre mi ropa habitual, «si te quieres tirar un «pun», pide permiso y sales de la sala». No se sí yo sería una peorra, pero lo recuerdo hasta hoy por su singularidad.

La escuela Nro 5 fue la misma a la que ya habían ido mis 4 hermanos mayores. Tenía 4 años y cada mañana partía con un brazado de leña para la estufa de la sala y mis pantuflas para usar sobre los zapatos y no ensuciar el piso de madera. No se usaba uniforme y algunos de mis compañeros llegaban muchas veces vestidos de pobreza, la misma que a diario vivían en sus casas. Estaba «El Tortuga», «El Zapallo», «El Mono»….y Panchito, un niño que de cuando en vez se orinaba y lloraba en su banco, mientras nosotros cantábamos a coro «Panchito llorón se acuesta a la orilla y amanece al rincón», haciendo gala de un bullying de antología. 

Hasta hoy guardó mi libro de pintura de kinder, donde se ven unas nubes pintadas de azul en un cielo blanco , por las cuales me gané un sendo varillazo de la profesora Luisa Ríos, pues debían ser blancas y el azul estaba reservado para el cielo.  Recuerdo también a mi profesora de los años posteriores, Sonia Carrillo, quien pienso fue la primera en darse cuenta que yo era un poco distinta al promedio, más inteligente, más viva. Me llevaba de «ejemplo» a los cursos superiores para que mostrara como ya sabía leer y escribir. Recuerdo también a la Sra. Montes, que decía que había que lavarse los dientes todos los días para tener una sonrisa de Miss Chile, y mientras lo decía, sonreía y mostraba sus dientes amarillos y sus tapaduras de oro…tan horribles que yo no quería lavarlos para no terminar como ella.

De cada tanto en vez, las profesoras hacían redadas de pies sucios y de piojos, había que sacarse los zapatos, y si tenías los pies sucios, te mandaban a lavarlos al baño frío e inhóspito. A mi nunca me mandaron a lavarlos, pues mi mamá cada noche, así yo estuviera durmiendo, me los lavaba con una toallita húmeda. Y de piojos, a pesar de haber tenido miles, nunca me avergonzaron encontrándolos, lo anterior creo, debido al respeto (o cariño) que infundía mi familia, tal ves un poco menos pobre que las demás, y cuyo padre era un asiduo colaborador de la calefacción del colegio, regalando de cuando en vez una estufa para la sala en donde sus hijos iban a parar. 

Estuve hasta quinto año en la «Escuela cinco», no guarde ningún amigo, no recuerdo casi ninguno de sus nombres, nunca más los vi….tal vez, inconscientemente,  quise borrar esos recuerdos porque no los quería para mi. Me cambie por iniciativa propia a un colegio de monjas en Pitrufquén, con uniforme y corbata, con pupitres perfectos y calefacción incluida. 

Hoy, a los cuarenta y tantos, quisiera recuperarlos, quisiera saber que fue de ellos, quisiera recobrar a través de sus recuerdos una etapa olvidada, pues hoy me doy cuenta de que sin esos años, nada de lo que soy hoy habría sido.
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Aún cuando los nombres (y algunos hechos)de esta historia han sido cambiados (o exagerados) y la fotografía es referencial, este es un pequeño homenaje a las escuelas de pueblo, esas que ya casi no quedan, pero que tuve la suerte de conocer, donde no existen las clases sociales ni las segregaciones, sino que sólo existen niños queriendo ser felices a través de sus amigos y sus juegos.

Es la educación la llave de la movilidad social?

In educación, familia, opinion, sociedad on enero 10, 2012 at 9:52 am

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Diversos estudios plantean que una de las mayores fuentes de movilidad social es la educación, es decir, un hijo con mayor educación que sus padres tiene más probabilidades de ascender en la escala socioeconómica que aquel que logra solo igualar a sus progenitores (Breen y Jonsson, 2005). De ahí la importancia y relevancia que le dan los gobiernos a las políticas educacionales. De ahí la fuerza del movimiento estudiantil y de ahí el esfuerzo de muchos padres por lograr una educación de calidad para sus hijos.

Desde Bourdieu y la Teoría de la Reproducción Social hasta Golthorpe con la Teoría de la Relativa Aversión al Riesgo han buscado explicar el mecanismo por el cual, a pesar de los avances en la igualdad de oportunidades educacionales,  las desigualdades en los logros educacionales se mantienen entre las diferentes clases sociales (estudiado ampliamente en países socialistas por ejemplo, con gratuidad absoluta en la educación superior).  Si  bien los mecanismos por los cuales estas teorías explican este fenómeno son distintos (no voy a entrar en detalle en esta oportunidad, no se asuste), ambas parecieran compartir un factor común: el rol que juega el medio en el cual un individuo se desarrolla en la formación de las expectativas, aspiraciones y finalmente, opciones que tomará en su futuro. Es decir, si bien dos personas pueden tener acceso gratuito a la universidad, la decisión de ir o no estará afectada por el entorno en el cual esa persona ha crecido.

En esta columna quiero centrarme en esto último, en cómo el medio ambiente cultural, social y valórico que rodea a una persona afectará su capacidad para tomar las oportunidades educacionales que se le ofrezcan, es decir, cómo el Capital Social de un individuo también influye en la igualdad o desigualdad de sus logros educativos. Estudiosos de la sociología plantean que el Capital Social de un individuo puede ser tan poderoso para su éxito futuro como el capital humano (dado fuertemente por su educación) o físico (bienes materiales). Pero,  que significa Capital Social?

Capital Social según Coleman es el Conjunto de normas, redes y organizaciones construidas sobre relaciones de confianza y reciprocidad, que contribuyen a la cohesión, el desarrollo y el bienestar de la sociedad, así como a la capacidad de sus miembros para actuar y satisfacer sus necesidades de forma coordinada en beneficio mutuo.

El Capital Social  es entonces uno más de los recursos con que cuenta una persona o familia, derivado de sus relaciones sociales y que tienen una cierta persistencia en el tiempo. Tales recursos son utilizados por el individuo como instrumentos para aumentar su capacidad de acción y satisfacer sus objetivos o necesidades (obtener trabajo, recibir ayuda ante una emergencia, etc).

El barrio donde se vive, los amigos y redes con que se cuenta, los conocidos y familiares, asi como las normas y cohesión generados por éstos, forman entonces el Capital Social de un individuo.

Dada la definición anterior, podríamos concordar en que no es difícil de entender por qué en un país como Chile pareciera no bastar con tener una carrera universitaria y vastos conocimientos respecto de un área para ser exitoso.  Quien no cuente con el Capital Social necesario, estará destinado a ocupar cargos de segunda o tercera línea, ya que no contará con las redes ni el conocimientos de las normas que los grupos de elite determinan necesarias para acceder a los puestos de mayor envergadura.

Y acá les quiero graficar un caso práctico: Yo nací en un pueblo de 15.000 habitantes del sur de Chile. Estudie en la escuela del pueblo, en donde me sentí la más top de top, aun cuando comparativamente a nivel país seguro calificaba en los quintiles medios de la escala socioeconómica. Sin embargo, en mi realidad, el teniente, máxima autoridad armada del pueblo, era amigo de mi padre, igual que el cura párroco, la directora de la escuela y el alcalde. Lo anterior, haciendo una analogía a nivel país, era como que en Santiago mi padre se codeara con el presidente, el general de carabineros, el rector de la universidad y el cardenal de turno.

Ello me permitió lograr una visión de mi entorno muy amplia y sin limitaciones. Si le sumo un par de primos que eran primera generación que asistía a la universidad y otros que se habían ido al extranjero a probar suerte, el resultado era que, aun en un pueblo de 15.000 habitantes, sentía que el mundo estaba ahí disponible para mi. Mi entorno era mixto, personas educadas y menos educadas eran vecinas, personas con diferentes niveles culturales y económicos se encontraban en la iglesia, fiestas, eventos deportivos, etc.

Para contrastar, pensemos en una persona similar a mi, con el mismo nivel cognitivo y socioeconómico, pero nacida en Cerro Navia (por poner un ejemplo de comuna de clase media). Seguro esta persona contaba con un padre empleado de alguna empresa y una madre sino empleada también, dueña de casa. Su barrio era bastante homogéneo, con gente similar en todo orden de cosas, ergo, su capacidad de ver diferentes realidades y aumentar sus aspiraciones debieron ser más limitadas a las mías, viviendo en mi oasis de diversidad, en donde además era privilegiada por pertenecer a una familia muy tradicional del pueblo.

Supongamos en este juego que mi amiga de Cerro Navia y yo fuimos a la universidad y estudiamos la misma carrera. Bueno pues, mi teoría es que la forma de enfrentar la vida de mi amiga será absolutamente distinta de la mía, pues ella deberá arrastrar con la carga de su pasado, en una sociedad como la nuestra que nos encasilla por el colegio en el que estudiamos, el apellido que tenemos, la comuna en que vivimos y los amigos que atesoramos. En mi caso, mi pasado era una nebulosa para cualquier santiaguino. Gorbea? Escuela 5? Imposible encasillar sino en lo pintoresco de esta chiquilla, que además producto de su experiencia de vida, contaba con una personalidad winner. En el caso de mi amiga de Cerro Navia, mas complicado…marcada por su colegio, su comuna y sus redes sociales.

Como puede un niño soñar con ser ingeniero de la nasa si ni siquiera sabe que existe?. Estudios plantean que muchos padres de hogares de menores recursos  optan por aconsejar a sus hijos abandonar los estudios pues no ven un retorno seguro de esta inversión (aun cuando la educación sea gratuita) por qué? Porque la realidad les muestra que no basta con un título, hay otros factores que harán que las empresas aun con un título no los escogerán.. Una ch mal pronunciada, el color de una camisa mal escogido, el corte de pelo equivocado bastan para que en un país como el nuestro un profesional sea descartado. Por ende, los años destinados a la educación superior son vistos por muchos individuos como una pérdida de años laborales

Se puede cambiar esta realidad? Soy una convencida de que si, pero no tan solo peleando por una educación gratuita y de calidad para todos, sino luchando porque todos tengamos un acceso más o menos igual a la cultura, a los deportes, a la diversidad social y en definitiva, al mundo. Peleando porque los padres tengan tiempo de traspasar el capital social que han acumulado en sus vidas: porque tengan tiempo de estudiar con  sus hijos, pasear, conversar, ir a museos, viajar. Porque las redes sociales (reales, no on line) no sean ghetos que coartan las posibilidades de empleo. Finalmente, porque cada niño de este país cuente con  la misma información sobre el mundo y así, el tamaño de los sueños no sea también truncado por el tamaño de la billetera de un hogar.