Hace ya un par de décadas (para que precisar) tuve que enfrentarme al proceso de elegir la carrera y universidad donde estudiaría.
Con 17 años andaba bastante perdida, sin embargo había una cosa que tenia super clara: las alternativas eran Valdivia o Temuco. Asi, las carreras impartidas por la Universidad Austral y La Universidad de la Frontera en aquellos años fueron un importante rayado de cancha. No había tanta variedad en la vitrina.
No recuerdo haber recibido ningún correo, mailing, inducción o cosa por el estilo de ninguna universidad para “seducirme” respecto de elegirla. Tampoco recuerdo haber visto algún anuncio o publicidad.
Cuando llegué a matricularme a Ingeniería Comercial de la Universidad Austral de Valdivia, éramos un lote de cómo 150 “ex púberes” haciendo la fila. Solos. Nadie estaba con su papá o su mamá, y mas de 70% era de otras ciudades. Había ansias de hacer amigos pues con suerte tenías a dos o tres conocidos.
Ibamos a clases donde un profesor impartía sus materias en un pizarrón con tiza, fumábamos felices de la vida en la sala y si el docente era “pro” tenía una que otra “transparencia” con la materia, de lo contrario, la mano te quedaba acalambrada de tanto escribir. Siempre había, eso si, una buena samaritana matea y de linda caligrafía que prestaba sus cuadernos para fotocopiar.
La gran mayoría de los profesores eran full time y estaban disponibles para consultas en sus diminutas oficinas, en donde imagino hacían algún tipo de investigación o trabajo administrativo en sus tiempos libres.
Jamás se te ocurriría reclamarle por algo, si llegaba atrasado, si faltaba a clases o si la materia estaba pasada de moda o errada.
Si reprobabas, solo si la cosa era grave grave (como para expulsión) ibas a hablar con el profe, quien luego de hacerte esperar horas para demostrar su poder, te atendía solo para decirte que “asi no más es la vida, para la próxima reencarnación, estudie más o dedíquese al cultivo de papas”. No había mucho que hacer.
Eramos alumnos.
Hoy, veo con estupor cómo en muchas universidades el alumno a pasado a ser un cliente. Se le busca y seduce con campañas de marketing de los mejores directores creativos del país, con millones de pesos desplegados en prensa, radio y medios digitales. Hay que pelear por esos clientes que salen ansiosos de cuarto medio a elegir una casa de estudios superior dentro de cientos.
Para el día de la matricula no es raro ver al alumno con su padre o madre de escolta, quien quiere supervisar y “acompañar” al querubín en todo. Mal que mal, “esta pagando por una educación de calidad”
Luego, en clases, los alumnos no usan cuadernos y esperan cómodamente que el profesor suba el power point a e-class. (Suelo preguntarme si esta generación tiene un chip especial que les permite memorizar todo, pues claramente uno no pone todo en el famoso power point!).
Esta generación exige a los profesores, en el mejor de los casos, profesionalismo en la docencia. En el peor de los casos, exige pruebas blandas, pocos reprobados y “consideración con los casos especiales”.
Desgraciadamente, hay varias universidades que ven a este nuevo alumno como a un cliente al que no hay que perder, y bajo la máxima “el cliente siempre tiene la razón”, sucumben ante sus solicitudes de “Otra oportunidad! Otra oportunidad!”. Profesores llamados al estrado porque “las notas estuvieron muy malas” o frases como “pero está en su último año…¿no puede ser un poco flexible?”, “es que él trabaja…no tiene tiempo” no son raras de escuchar. Y que decir de las visitas protocolares de padres abogando por los niñitos.
Supieran esas universidades que en un focus que hice hace unos años con alumnos de cuarto medio, ellos comentaban frases tales como “es que esa universidad es muy pasta” o “es que les aguantan todo” como una pésima cualidad de la casa de estudios.
Aquellas universidades se posicionan entre los estudiantes que no buscan aprender, sino tener un título, por el que pagan y con ello creen haber hecho su parte. Pseudo genios que consideran que si no pasan un ramo es culpa del profesor pero jamás de ellos mismos.
Es fantástico que hoy los jóvenes aboguen por sus derechos y exijan preparación y responsabilidad al cuerpo docente, no cabe duda de ello. Pero que algunas universidades transen a su mandato de educar en pos de tener alumnos cómodos a los que se les trata con pinzas para que no se vayan me parece un despropósito monumental y peligroso. Ellos sin duda saldrán al mundo laboral con una desventaja tremenda y terminarán trabajando en puestos técnicos, lejanos a lo que en sus sueños de “consumidores de educación superior” esperaron.
Soy docente de una universidad que trabaja día a día para ser mejor. Que nos instruye y empodera cada año para que no caigamos en facilismos y exijamos con dureza. Nos evalúa dos veces por semestre para que mejoremos aquello que esta mal, pero nunca se ha inmiscuido en nuestras decisiones, pues desde el minuto que nos contrató, confió en que éramos idóneos.
Porque las universidades deben entender que ante esta libre y voraz competencia educacional, deben pelear por los alumnos a la antigua: con los mejores profesores. El resto es música.