Hasta mis 30 años pensé que era una injusticia y una conspiración engendrada por el poder masculino. Eran ellos quienes no nos querían dejar entrar en su exclusivo club de Tobi. Ellos, que celosos y con miedo de perder su pedestal ante una mujer nos condenaban a un eterno segundo lugar, a ser staff, asistente, Pepe Grillo. Segundo lugar o como bien le dice la madre a su hija en la película Matrimonio Griego “El cuello, que le dice a la cabeza hacia donde mirar”. Durante los inicios del siglo 20 (si, del siglo 20), las investigaciones de diferenciación cerebral concluían que la mujer era inferior al hombre en tanto su cerebro es más pequeño. Sin embargo, hoy sabemos que si bien el cerebro masculino es 9% mayor en masa, ambos tienen el mismo número de células. Hombres y mujeres tienen el mismo nivel promedio de inteligencia, pero utilizan áreas anatómicamente más o menos desarrolladas y circuitos cerebrales distintos para resolver los mismos problemas, procesar el lenguaje, experimentar y almacenar la misma emoción. (Louann Brizendine, El cerebro Femenino) Casi descartado entonces un tema biológico y producto del paso de los años y de los hijos, me he ido convenciendo que somos nosotros mismas quienes nos automarginamos en pos de otros ideales, tal vez medio inconscientes: nuestra familia, nuestros hijos, nuestra libertad. Es como si automáticamente cuando llegamos a cierto nivel o posición profesional nos detuviéramos. Será nuestra propia cultura y formación social la que nos prepara para no estar “a la cabeza” sino al costado o atrás de un hombre?. Habría que preguntarle a las grandes líderes internacionales y chilenas, pero a esas realmente grandes como una Bachellet, qué costo familiar les ha implicado su cargo y desarrollo profesional. Sin ir más lejos, recuerdo a Michelle Bachellet diciendo respecto de su término de mandato que “estos próximos años se iba a dedicar a saldar una deuda que tenía con la familia”. Mi pregunta espontánea fue ¿dijeron Eduardo Frei o Ricardo Lagos lo mismo cuando dejaban el cargo?. Seguro que no. Y es que al parecer a los hijos y a la familia solo les genera “una deuda” la falta de una madre, no así la de un padre. Pareciera muy asumido y libre de provocar trauma alguno el hecho de que un papá se vea poco por la casa. No provoca trauma que un padre no vaya a la presentación de fin de año o a la presentación de ballet. Pero si lo hace una madre, pareciera ser imperdonable. Mientras es cuestionado nuestro desempeño como madre por una conducta de este tipo y se nos cuelgan apelativos como “que pena por esos pobres niños abandonados” “es que están botados, su mamá esta todo el día fuera”, al hombre se le cuelga el apelativo de “es que tiene un cargo muy importante” “es brillante, entonces tiene muchísimo trabajo”. En fin, así no mas es la cosa. Y a la que no le guste, vaya a darse una vueltita por los países Islámicos. Volverá amando su derecho a ser la segunda de a bordo.
Pertenezco a ese grupo de chilenos emergentes que pueden disfrutar de vez en cuando de uno que otro viajecito. La primera vez que fui a un Resort fue hace más de 15 años, en mi luna de miel: fuimos a Cancún. Y como nunca entendí bien el concepto de all inclusive, agendé todos los días un tour pagado distinto, no fuera a ocurrir que me perdiera de alguna de las bondades de la zona. Así conocí Chichen Itza ( de día y de noche), Tulum, Scaret, Xel Ha, Valladolid, Merida…y volví agotada.
Isabel Palma 